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De Puccio a Puch: el macabro club de los 9 asesinos argentinos

Mataron y quedaron en la historia policial argentina. A tiros, con veneno, sus manos o cuchillo. Otros criminales "prolíficos": desde el Petiso Orejudo a Ricardo Barreda.

Probablemente, cuando Roberto Daniel Vecino mató el 6 de julio en Necochea a su esposa, a sus tres hijos y a un vecino, no pensó que iba a entrar en la historia criminal argentina como uno de los asesinos que más víctimas tuvo en su haber. 

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"Con los cinco crímenes, se convirtió en uno de los peores asesinos civiles de la historia", dijo una fuente policial.

1)SANTOS GODINO, EL PETISO OREJUDO

Sobre la leyenda de Cayetano Santos Godino, el Petiso Orejudo, matador de niños y piromaníaco (mató a cuatro nenes), se han escrito libros, obras de teatro, filmado películas y hasta pintado cuadros. Pero pocos como el periodista Juan José de Soiza Reilly pudieron definir en pocas palabras lo que significaron los cuatro crímenes. El siguiente es un extracto de una nota que Reilly publicó en 1933 en la revista Caras y Caretas:  
“En 1912, Buenos Aires se estremeció de espanto. Las madres escondían a sus hijos, gritando: 
— ¡Un monstruo!

En efecto. Había aparecido un monstruo que robaba niños. Elegía como los ogros de los cuentos fantásticos, los niños más  hermosos y más tiernos: de cuatro a seis años. Para atraérselos utilizaba en vez de la varita mágica de los encantadores, algunos caramelos. Los pobres inocentes, sugestionados por la golosina, iban detrás de aquel imán con los brazos tendidos. El bárbaro se los llevaba a rincones obscuros. Allí los mataba, lentamente, para darse el gusto de ver cómo morían. Era un marqués de Sade. Utilizaba, a falta de colmillos de antropófago, un enorme clavo de hierro.”

 

2)LA MATANZA DE MATE OCHO

Es una regla no escrita de la crónica policial: los asesinos que quedan en la historia siempre son apodados. Si Burgos fue El descuartizador de Barracas y Yiya Murano La envenenadora de Monserrat, a Mateo Banks le tocó ser “Mateocho”. Su nombre criminal era obvio: el 18 de abril de 1922 mató a ocho personas en la estancia “Buena Suerte” de Azul. Entre las víctimas estuvieron sus tres hermanos, dos de sus sobrinas, una cuñada y dos peones. Banks dijo que había sido un robo, pero después se descubrió que él había sido autor de la matanza por cuestiones económicas y una estafa que estaba por cometer.

Para el mítico jefe de Policiales del diario Crítica de Natalio Botana, Gustavo Germán González (G.G.G), a Banks “de repente se le despertaron las ansias de matar y mató sin piedad. Era un hombre honesto que seguía las reglas morales, hasta que regresó al primitivismo de la selva”. En prisión, a Mateo lo apodaron “el místico” porque no paraba de rezar: había fabricado un rosario con botones. Día y noche escribió sus memorias, pero esas 1200 páginas desaparecieron. Su libro se perdió para siempre, pero su leyenda nunca será olvidada. 
“No se puede hacer futurología. Nada cierto puede asegurarse sobre la conducta futura de una persona, incluso en casos de daño cerebral. Mateo Banks salió después de muchos años y vivió normalmente, hasta que murió por una caída en el baño de una pensión en la que vivía con otro nombre”, dice el juez de la Corte Suprema, Raúl Eugenio Zaffaroni.  

 

3)LA LEYENDA DEL LOCO DEL MARTILLO

Marzo de 1963. El sátiro atacó de nuevo. Entró por una ventana, amparado por las sombras de la noche, y mató a martillazos a una indefensa señora que dormía en camisón. Ya ha matado a tres víctimas. Los periodistas de policiales recrean en sus afiebradas mentes los momentos del ataque. Y en lugar de imaginarse a un hombre sediento de sangre que se asoma por la ventana, prefieren poetizar el acto homicida y pensar que antes de cometer el atroz crimen, el degenerado hizo sombras chinescas con una cortina como telón. El barrio Lomas del Mirador entró en pánico. Las fábricas autorizan a las mujeres a salir antes de que anochezca. No vaya a ser que tengan la desgracia de cruzarse con el asesino. Los diarios lo llaman el Vampiro del Martillo. La preocupación ha llegado hasta el mismísimo presidente Arturo Illia, quien le ordenó a la policía que resolviera el caso. 
Los detectives difundieron un identikit: el matador es un joven con bigote, pelo ondulado y un rostro digno de la galería tremebunda de Lombroso. Los vecinos se arman con garrotes y cuchillos.  Al final detuvieron a Aníbal González Higonet. El diario La Nación lo describió como un imbécil amoral con las facciones de un animal hambriento. Le imputaron los crímenes de Rosa Risso de Grosso, de 65 años, Virginia Riquel, de 80, y Nelly Mabel Fernández, de 55. Higonet  confesó los crímenes. Estuvo preso 43 años. Murió pocos meses después de haber logrado la libertad. 

4)ROBLEDO PUCH, ESA MANÍA DE MATAR

Entre el 15 de marzo de 1971 y el 1º de febrero de 1972, Buenos Aires fue escenario de las andanzas de Carlos Eduardo Robledo Puch, un joven de clase media acomodada que vivía con sus padres y su abuela en Villa Adelina. Tocaba el piano, hablaba inglés y alemán, y por sus facciones y melena colorada le decían “cara de ángel”. Pero se hizo famoso por sus asesinatos: en menos de un año mató a once personas por la espalda o mientras dormían. Entre las víctimas hubo nueve serenos y dos mujeres. Su última víctima, a la que ultimó de dos balazos, fue su cómplice y amigo Héctor Somoza. Lo detuvieron en su casa. Tenía 20 años y no podía parar de matar. Lo apodaron El ángel de la muerte.
En las reconstrucciones de los homicidios, el público intentó lincharlo. La Justicia no lo pudo condenar a la pena de muerte, instaurada por la dictadura de Onganía, porque sólo se aplicaba en casos de secuestros y crímenes políticos. El diario Crónica lo llamó chacal; vampiro afeminado; fiera humana; asesino pelirrojo; niño muerte; ignominioso Puch; muñeco maldito; carita de ángel; monstruo perverso; Belcebú; gato rojo; tuerca malvado; mozalbete siniestro; canalla inmoral; asesino unisex.
Después de examinarlo, el perito Osvaldo Raffo concluyó que Robledo era un psicópata cruel y desalmado incurable. “Nació y morirá psicópata: sus padres no tuvieron la culpa por eso”, dictaminó el forense. En esa época, el neurocirujano Raúl Matera –colaborador de confianza de Juan Perón– le quiso hacer una lobotomía frontal a Robledo para quitarle la agresividad. El asesino se negó. El forense Vicente Cabello pidió que el cerebro de “este antropoide y abominable delincuente” sea extraído como una valiosa pieza de anatomía patológica.  
En 1980, Robledo Puch fue condenado a reclusión perpetua por tiempo indeterminado por ser el autor de 36 delitos: once homicidios, una tentativa de homicidio calificado, 17 robos, dos hurtos, dos violaciones, un intento de violación, y dos raptos.
Antes de escuchar la sentencia, Robledo se paró ante los camaristas y dio su veredicto: 
–Esto es un circo romano. Algún día voy a salir y los voy a matar a todos.
Robledo se convirtió en el preso argentino más antiguo: lleva 40 años en prisión. Delira con ser el sucesor de Perón, dice que en 1982 se ofreció para combatir en Malvinas por la patria, y sueña con que Quentin Tarantino filme su historia.  Quiere que su papel sea interpretado por Leonardo Di Caprio.

La detención de Robledo Puch

5)LAUREANA, UN ASESINO OLVIDADO

Hubo asesinos que entraron en la galería siniestra del crimen nacional. Otros quedaron en el olvido. Para que un criminal quede en la historia negra deben darse varios factores: el contexto social de la época, el móvil de su acto criminal, su popularidad y que el caso tenga ingredientes que despierten el interés de la sociedad. 
Pese a haber violado y matado a trece mujeres entre 1974 y 1975, a Francisco Antonio Laureana no le alcanzó para tener el triste privilegio de ser parte de ese grupo de asesinos legendarios. Aunque Laureana no mataba para aparecer en los diarios; mataba por placer. Era un killer de manual. Se le adjudican 14 víctimas. Todas mujeres.

 –Gorda, cuidate. Y que los nenes no anden solos por la calle.
Eso decía el sátiro cuando salía de su casa. Él iba a buscar víctimas.  “Al igual que los típicos psicópatas estadounidenses, este muchacho se quedaba con souvenires de sus víctimas, como cadenitas y pulseras, que guardaba en una caja. No sería de extrañar que sintiera placer al recordar sus crímenes y mantener en su poder las pertenencias de las mujeres que mataba”, recuerda el forense Osvaldo Raffo, quien le hizo la autopsia a Laureana, muerto a tiros en un enfrentamiento policial el 27 de febrero de 1975. Para atraparlo le habían puesto mujeres policías como “anzuelo”.

 

6)YIYA, LA ENVENENADORA

Entre febrero y marzo de 1979, las muertes de Nilda Gamba, Lelia Formisano de Ayala y Carmen Zulema del Giorgio Venturini conmocionaron al país.  Todas tenían dos cosas en común: eran amigas de Yiya y murieron envenenadas. Pero eso se descubrió a partir de las sospechas de los familiares de esas ancianas. Casualmente, el día anterior a sus misteriosas muertes habían tomado el té con masas con Yiya Murano. Los sabuesos cerraron el círculo cuando confirmaron que la usurera Yiya les debía plata por un negocio que les había propuesto, pero que en definitiva era una estafa. Yiya las conocía en la intimidad: eran sus grandes amigas. Al final, terminaría quedándose con el último suspiro de esa intimidad: la muerte.
Las mató con cianuro, ese veneno cuyo olor y sabor comparan con las almendras negras.
La detuvieron el 27 de abril de 1979. Ella negó todos los cargos y sus abogados lograron que fuera absuelta tres años después por falta de pruebas, aunque el 18 de junio de 1985 la Sala Tercera de la Cámara del Crimen anuló el fallo anterior y la condenó a prisión perpetua. Fue liberada el 20 de noviembre 1995 por una reducción de la pena y por el “dos por uno”. 

7)EL DENTISTA QUE NO AMABA A LAS MUJERES

El 15 de noviembre de 1992, un dentista de 55 años, rutinario, que cada tanto iba al cine o al teatro y soñaba con conocer las Pirámides de Egipto, inició un camino del que jamás podría volver: mató a escopetazos a su esposa Gladys Margarita Mac Donald, a su suegra Elena Arreche y a sus hijas Adriana y Cecilia.

8)EL LÍDER DEL CLAN FAMILIAR MÁS SINIESTRO

Arquímedes Rafael Puccio jamás hubiese pensado que su nombre y el de su esposa y sus hijos iban a estar en boca de todos. Una película que arrancó con éxito y una miniserie anunciada para septiembre volvieron a poner en escena a la familia más siniestra de la historia criminal argentina.

 

Entre 1982 y 1985, los Puccio secuestraron y mataron a los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum. La empresaria Nélida Bollini de Prado fue rescatada por la Policía del sótano de la casona familiar de Martín y Omar y 25 de Mayo, en San Isidro. Se estima que lograron un botín de 1 millón de dólares. El dinero nunca apareció.

"No maté a nadie, fue todo verso", dijo Puccio una y otra vez. Murió en 2013, pobre y solo.

Fuente bigbangnews.com

 

 

 

 

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