SALUD |

Cómo enseñarle al niño celíaco qué alimentos no debe comer

Los niños tienen una capacidad de adaptación a los cambios de alimentación muy superior a las expectativas de sus padres.

Las enfermedades de los niños a menudo se afrontan con pesadumbre y ansiedad en el seno de las familias. Tendemos a pensar que los más pequeños de la casa son seres débiles y desvalidos, y vivimos como un drama cualquier trastorno que les afecta. Pero el hecho que una persona sea dependiente por razón de edad no significa que su capacidad de adaptarse a las circunstancias sea menor que la de los adultos. En realidad, en muchas ocasiones sucede lo contrario.

Un ejemplo claro de las aptitudes de los menores para asimilar las transformaciones que traen consigo algunos diagnósticos médicos lo encontramos en los casos de las intolerancias alimentarias, una de cuyas manifestaciones más severas es la celiaquía. Es habitual que los padres y las madres de los niños recién diagnosticados de esta enfermedad, que impide a quienes la padecen tomar alimentos que contengan gluten, vivan esta nueva situación con preocupación. Pero lo cierto es que, si se les explica con claridad todo lo que concierne a su enfermedad, los niños son capaces de madurar muy rápidamente y convivir con su afectación de una manera mucho más fácil que los propios adultos.

En este sentido, cobra más importancia si cabe un diagnóstico temprano: cuanto más joven es el enfermo, más sencilla será su adaptación, ya que su sentido del gusto no estará plenamente desarrollado y llevará poco tiempo consumiendo productos con gluten, por lo que apenas notará las diferencias cuando cambie su dieta. Sin embargo, el diagnóstico resulta bastante complejo. En primer lugar, porque la mayoría de los niños son asintomáticos (no se suelen quejar, y cuando lo hacen es difícil interpretar sus dolencias); y por otra parte, porque muchos de esos síntomas se pueden asociar a otras enfermedades, de tal modo que si no se hacen las pruebas específicas (lo que incluye un análisis genético y, en caso de que éste no sea concluyente, una biopsia intestinal), no se detecta la celiaquía.

Tres de los síntomas más característicos son el retraso en el crecimiento, la distensión abdominal (tener “la tripa inflada”) y el estreñimiento y la diarrea crónica (heces blandas y de un color verdoso)

Tres de los síntomas más característicos son el retraso en el crecimiento, la distensión abdominal (tener “la tripa inflada”) y el estreñimiento y la diarrea crónica (heces blandas y de un color verdoso). También se asocian a la enfermedad otros indicios como la apatía e irritabilidad, la pérdida de peso o los gases, cólicos intestinales y otros dolores abdominales. Aun así, Vicente Varea, gastroenterólogo pediátrico del Hospital Sant Joan de Déu Barcelona, advierte que la celiaquía es una “enfermedad camaleónica: su penetración es muy diversa, y sus síntomas no son muy identificables, porque se pueden confundir con los de otras dolencias”.

Una vez confirmado el diagnóstico, lo más importante es sobrellevar la situación con la mayor normalidad. Así que lo primero que deben hacer los progenitores es informarse sobre lo que supone la enfermedad, transmitírselo al niño de una manera clara e iniciar de manera inmediata el tratamiento: “Para los celíacos hay un único tratamiento aprobado médicamente: la dieta estricta sin gluten para toda la vida. Y la no adhesión está asociada a una mayor morbilidad significativa a largo plazo”, advierte Anna Bach, profesora de Ciencia de la Salud de la UOC y experta en nutrición y deporte.

Sin embargo, el uso de gluten es generalizado en nuestra cultura alimentaria, lo que complica los esfuerzos para seguir una dieta. Las dificultades se pueden presentar a nivel social, cultural e incluso económico (los productos sin gluten son a menudo más caros): “La celiaquía significa un gran reto para personas jóvenes y sus familias, porque es necesario un esfuerzo de aceptación y fomentar la autonomía personal en el contexto de la gestión de una enfermedad crónica. No es fácil para un niño”, indica la profesora de la UOC.

Fuente: Clarín

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