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Pelusa, la primera mujer de Monzón, dijo que perdonó a Susana y que no estaría en pareja con Carlos si viviera

En Santa Fe aseguró que a pesar de que Giménez se quedó con su marido, igual la admira.

Es una mujer querida, admirada y muy respetada. Por las calles de Santa Fé todos la saludan como a una “star”. Pero “Pelusa” o “Pelu“, como la llama la familia, hizo un culto del “perfil bajo”. De salir poco; sólo lo necesario. De dedicarse por completo a su familia y de dar parte de todo el amor que tiene a los que están atravesando un momento difícil en la vida. Paradójicamente, cuenta que fue eso lo que salvó su propia vida. Una historia digna del mejor guión de Hollywood. Pero a Mercedes Beatriz García nada de eso le importa. Sólo le conmueven las cosas cotidianas. Esas con las que eligió transcurrir su vida lejos de los flashes, la televisión y los diarios que, según cuenta, la perseguían noche y día cuando su marido, Carlos Monzón —se casaron en 1962 en la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes de Santa Fe, cuando ella tenía 15 años y él 19 y se separaron 12 años después—, se convirtió en campeón mundial de boxeo. Entonces era la esposa de “El Negro”, como a ella le gustaba llamarlo, o “Madame Monzón” en Europa y “Lady Monzón” en los Estados Unidos. “La Pelu” es coqueta. Como siempre lo fue.

 

 

   El exclusivo encuentro con CARAS se realiza en el hotel “Los Silos”, hasta donde llega acompañada por su incondicional compañera, su hija Silvia (55), su yerno José “Pepón” Gómez y su nieto Agustin (18), de quien inmediatamente cuenta lo orgullosa que está por la carrera de actor que arrancó uno de los más chicos de los Monzón.

 

 

   —La familia cultivó siempre un perfil muy bajo…

 

 

   P:—Sí. Siempre fue una especie de matriarcado en el que yo di prioridad a mis hijos. Porque sufrí mucho con tanta exposición que tuve. Hay que pensar que no venía de esa rama de fama, ni la busqué, ni la quería, y por eso me cansó. Entonces fue como que me encerré para mí. Y lo hice desde el hartazgo total. Porque en esa época, por ahí el periodismo no dimensionaba las cosas y yo sólo quería estar con mis hijos y protegerlos de todo. Lejos de la fama que tenía su papá que era boxeador y había llegado a ganar el título mundial. Pero como todo, eso también pasó. Y el tiempo terminó curando todo. Y hoy, gracias a Dios, estoy con mi familia viviendo otra etapa de la vida que es muy linda. Hoy disfruto del presente. Obviamente, sin olvidarme del pasado. Porque todo eso pertenece al pasado. Y se dijeron cosas que hicieron mucho daño a la familia. Yo no quería escuchar más cosas y cerré la puerta.       

 

 

   —¿Y su presente es más tranquilo?

 

 

   —Sí. Mi presente es muy hermoso. Es tranquilo y yo también estoy más grande y me siento más serena, más madura. También he reconocido muchos errores y hoy puedo decir que soy una persona transformada. Soy otra clase de persona a la que era cuando jovencita. Cuando de repente me tuve que enfrentar a un montón de cosas a las que nadie está acostumbrado.

 

 

   —¿No le quedaron rencores de aquellos momentos?

 

 

   —No. Sané mi corazón por completo. Por eso puedo dar amor. Porque cuando uno tiene el corazón roto no puede dar nada bueno. Primero curé el mío y cerré la herida como para continuar bien mi vida.

 

 

   Mientras “Pelusa” habla y esboza su gran sonrisa al final de cada frase, su hija Silvia la mira con admiración y confirma cada una de sus palabras. “Mamá es una mujer muy fuerte y una gran compañera. Viene todas las mañanas a casa a tomar unos mates conmigo. Ese es nuestro momento sagrado”, cuenta la madre de Agustín y también de Benjamín (17), Milagros (22) y Julieta (32).

      —Pero su vida también tuvo un cambio radical cuando de la pobreza absoluta pasó a codearse con la fama…

   —Sí. Fue tremendo. Mi vida cambió totalmente. Y eso me hizo crecer como mujer. La vida me presentó cosas muy fuertes. Un día no tenía para comer y al siguiente viajaba por el mundo y tenía tapados de piel y pelucas que me encantaban. Las coleccionaba. Llegué a tener un montón, como cien. Un día me ponía una larga con rulos y al siguiente, una de pelo lacio con flequillo. Y todas de diferentes colores. Nosotros éramos muy pobres pero a la par de otras familias, éramos muy ricos. Yo siempre salí adelante. Conocí todas las planchas; a carbón, a gas hasta llegar a la eléctrica. Y Carlos se quejaba de que le planchaba mal la raya del pantalón y se tenía que meter la mano en el bolsillo para disimularlo. Además, como tenía un solo pantalón, se lo lavaba cuando dormía. Y un día se lo enganchó en un alambrado que saltaba para ir a verme y se le hizo un gran agujero. Por eso nadie entendió cuando ganó su primera pelea y fue corriendo a comprarse ocho pantalones…

   —¿Y esa transformación cómo afectó su manera de ser?

 

 

   —Fue todo muy raro. Porque cuando no tenés nada, te conformás con cualquier cosa que te dan. Pero cuando tenés todo, querés más y más de repente y todo junto. Siempre más. Todo lo querés de golpe porque no estás acostumbrada y no sabés cuánto va a durar ese estado. Entonces yo quería todo y ya. No aguantaba… Y cómo es la vida, porque en 1974 entraron a mi casa y me robaron 20 kilos de oro que tenía entre joyas, alhajas y medallas. Y perdí gran parte de lo que Carlos me había dejado. También me acuerdo que una vez estando en Roma entramos a un negocio y me dijo “¡Comprate lo que quieras!” Yo no entendía lo que me hablaba el vendedor y como me encantaban las pieles elegí un tapado largo de astrakán y visón… En realidad vi el precio y era el más caro. ¡Por eso lo agarré! En el mundo había sólo dos así; el de Sofía Loren y el mío. Cuando “El Negro” escuchó el precio se quedó blanco… (costaba un millón de liras). Y me decía: “¡Pelu te fuiste a elegir el más caro!” Entonces yo le respondí ¨¡Y bueno yo no sé de plata de afuera! (Risas) Después tuve uno de zorro, una capa ciberina y Silvita un zorro plateado. Es muy gracioso porque aquel tapado, unos años después, lo terminamos cortando para hacerle una capita a Silvia para un casamiento que tenía… Carlos no sabía decir “¡Te quiero!” Te decía “¿Qué hacés?” o “¿Cómo estás?” O te daba un beso en la cabeza. Y comprándote cosas también te demostraba que te quería.

   —La aparición de Susana Giménez durante la filmación de “La Mary” cambió su vida y la llevó a la separación...

   P:—Con Carlos nos amábamos pero no podíamos vivir juntos. Los dos éramos de carácter muy fuerte. Entonces él levantaba la mano y yo le revoleaba lo que tenía. Por eso creo que fue muy buena la decisión de separarnos que tomamos.

   S:—Nosotros no queríamos que se separaran. Pero cuando lo hicieron vivimos un gran alivio. Fue lo mejor que pudieron hacer. Por eso yo valoro mucho que él fue un gran papá para nosotros. Yo siempre fui su debilidad y él no nos abandonó jamás. Nos llamaba todo el tiempo y nos llevaba de vacaciones. Teníamos una chequera en la que firmábamos y viajábamos a donde estaba. Nos daba todo por más que estuviera con quien estuviera. No fue un padre ausente. Viajaba porque era boxeador y ese era su trabajo.

   P:—Volviendo a Susana… Yo al principio la culpaba por nuestro final. Pero después conocí a Dios y la pude perdonar. Habían pasado treinta años ya cuando fui a su programa y me acuerdo que Luis Cella, que era el productor, me dijo “¡Yo pongo la música de la película “Rocky” y vos entrás y la trompeas!” Era un chiste porque yo ya la había perdonado hacía tiempo. Pude perdonar a Carlos y a ella. Pero todos tenían miedo y antes de llegar al estudio me tanteaban para ver qué iba a hacer. Lejos de eso sentí mucho amor por ella porque la había perdonado en mi corazón. Es más, soy admiradora de Susana. Y siempre miraba su programa. La gente me decía ‘¿Cómo pudiste perdonar lo que te hizo?’ Pero el rencor no está en nuestra familia.

   S:—Yo también pude entenderla. Porque, finalmente, fue una mujer que amó a mi papá y lo aceptó como era, sin querer cambiarlo. Y, en definitiva, mi papá es el eje del amor de esta familia y de su amor también.

   —“Pelusa” si Monzón estuviera vivo ¿Hoy estarían juntos?

   —No. Yo no iba a volver con él. Ya lo había decidido. Porque para mí lo pasado ya está. Creo que tendríamos una buena relación pero en pareja, no, no estaríamos. No pude volver a rehacer mi vida porque él me espantaba a todos los hombres que se me acercaban. Candidatos, no me faltaron nunca… Yo antes era una mujer triste y ahora soy chispita. Tengo a mi familia unida y en paz. El miércoles 31 de julio se cumplieron 42 años que Carlos se retiró del boxeo y aún hoy hay gente que sigue viviendo de él. Porque el apellido Monzón es negocio. A Carlos le gustaban las películas de cowboys y yo creo que soñaba con llegar a Hollywood por eso hoy estoy feliz de que Agus sea actor y él sí pueda llegar a cumplir ese sueño en Europa y en los Estados Unidos.

 

 

Fuente: Caras

Fotos: Federico De Bártolo.

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