El Acta de la Independencia en quechua y el príncipe inca

En vísperas de la celebración del Bicentenario de la Independencia podemos preguntarnos ¿por qué muchos argentinos desconocían este hecho?

Unos cuantos años atrás, salvo los historiadores, muy pocos sabían que en julio de 1816 la Declaración de la Independencia no sólo se imprimió en castellano sino también en lengua quechua y aymara. El hecho cobró relevancia mediática cuando Cristina Fernández de Kirchner visitó la Casa Histórica el 9 de Julio de 2011. En esa ocasión, la entonces presidenta, en un acto de reparación a los pueblos originarios descubrió ante los presentes un ejemplar del Acta escrito en aymara.

En realidad, como señalan algunos estudiosos, originariamente, también se tradujo al guaraní, pero no se mandaron las impresiones porque el litoral estaba en conflicto con Buenos Aires y no había congresales de esa región.

Las actas se redactaron a dos columnas, en castellano y en cada una de las lenguas indígenas mencionadas. Se imprimieron 3 mil ejemplares, de los cuales mil quinientos se hicieron en castellano, mil en quechua y quinientos en aymara, y se publicaron por primera vez en dos periódicos porteños, la Gazeta de Buenos Aires, el 17 de agosto de 1816, y en El Redactor del Congreso, seis días después.

En vísperas de la celebración del Bicentenario de la Independencia podemos preguntarnos ¿por qué muchos argentinos desconocían este hecho? o ¿cuál es la razón de que este dato no era relevante para gran parte de nuestra sociedad?; y, también como contrapartida lógica, ¿por qué ahora ha comenzado a serlo?

En el momento de la Declaración de la Independencia la presencia de los llamados pueblos originarios era insoslayable. Las Provincias Unidas en el Sud, que menciona la Declaración de 1816, abarcaban un territorio muy distinto al de la actual República Argentina. El Alto Perú -hoy Bolivia- no solo era parte del Virreinato del Río de la Plata sino una parte importante. Esto explica por qué se eligió traducir al quechua y al aymara y no a otras lenguas más propias del actual territorio argentino como el diaguita, algún idioma mataco o incluso mapuche.

En ese marco adquiere sentido también que el general Manuel Belgrano, en sintonía con San Martín y con Güemes, llevara a Tucumán la propuesta de adoptar una monarquía parlamentaria como forma de gobierno de las Provincias Unidas. Dicha monarquía tendría su capital en el Cuzco y su corona sería entregada a un príncipe inca. Para algunos se pensaba en Juan Bautista Túpac Amaru, el anciano hermano menor del líder cuzqueño José Gabriel Túpac Amaru cuyo levantamiento de 1780 era un hito en la lucha contra la dominación española. No interesa juzgar aquí lo acertado o no de la propuesta desde el punto de vista institucional o su viabilidad política sino destacar su significación cultural y social.

Desde esa perspectiva resulta interesante conocer la composición étnica del Tucumán en el que se realizó el Congreso que concluyó con la Declaración de la Independencia. Según los padrones de 1812: 40% de blancos o españoles; 30% de indios o naturales; 30% de castas (pardos y mulatos) y negros esclavos.

Ahora bien, ¿qué pasó a lo largo de los casi 200 años transcurridos con esa fuerte presencia de población indígena y de origen africano en nuestro país? A  la par de los grandes cambios demográficos sufridos como consecuencia de las distintas oleadas inmigratorias, básicamente, la población de los pueblos originarios fue marginada e invisibilizada, y en algunos casos eliminada.

Veamos. La Argentina que festeja el Centenario de la Independencia en 1916 es un país que se concibe ya como un “crisol de razas”. La figura sugería que todas las razas se habían fundido en una, pero al mismo tiempo se daba entender que había surgido una nueva que era, esencialmente, blanca-europea. De ahí iban a surgir mitos como “los argentinos venimos de los barcos”, “los argentinos somos los blancos de Sudamérica” o “los argentinos somos europeos exiliados en Sudamérica”. Sin embargo estudios genéticos recientes demuestran que más del 50 % de la población actual tiene sangre indígena en sus venas y cerca del 10 % cuenta con ancestros de origen africano.

Actualmente, en víspera del Bicentenario, asistimos a la consolidación de un nuevo pensamiento que recupera el reconocimiento a los pueblos originarios presente en la Declaración de la Independencia impresa en quechua y aymara y en la propuesta política de Belgrano. En ese proceso de reparación cultural y política la reforma a la Constitución de 1994 constituye, sin duda, un hito muy importante.

El artículo 75 de la Ley fundamental de la Nación establece: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería Jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan”.

En definitiva, los argentinos descendemos tanto de los toldos como de los barcos. Somos mestizos, no sólo en el sentido étnico, sino en el sentido más amplio y rico que es el cultural. Pensar el Bicentenario permite, entre otras cosas, recuperar en los gestos iniciales de la Independencia aquello que nos constituye y, al mismo tiempo, reencontrarnos con nuestro destino sudamericano.

Fuente: Prensa Tucumán.

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